El Éxtasis de ser Abuelo: cuando los hijos se convierten en puente
¿Es posible que un infarto sea un regalo? Te comparto mi visión sobre el vínculo con los hijos y por qué ser abuelo es el verdadero éxtasis de la vida. Una reflexión sincera sobre el 'timing' perfecto, el rol de cómplice y la intensidad de vivir segundo a segundo.
Alejandro Borges
12/27/20253 min read
El Éxtasis de ser Abuelo: cuando los hijos se convierten en puente
Hace un tiempo publiqué una definición de "hijos" que levantó polvareda: personas que, por razones circunstanciales, durante un tiempo determinado están a nuestro cargo.
Hoy, con la perspectiva que dan las arterias remendadas y una nieta de ojitos achinados que me domina la voluntad, me veo obligado a añadir una segunda acepción a ese diccionario personal: La razón principal por la que existen los hijos es para ser el puente que te permite llegar al éxtasis de ser abuelo.
El regalo inesperado del CTI
Mi madre siempre decía que "no hay mal que por bien no venga". Pero uno no termina de entender la brutalidad de esa frase hasta que la vida te pone contra las cuerdas.
Hoy lo digo con total convicción: mi infarto fue un regalo. De no haber sido por esa semana en el CTI, enfrentando la muerte cara a cara, hoy sería un "abuelo de fin de semana". Un abuelo ausente, atrapado en la inercia del trabajo y la supervivencia.
Gracias a mis arterias tapadas, hoy no sobrevivo día a día; vivo segundo a segundo. Y lo que es más importante: la vida me hizo el regalo con un timing exacto. Este es el momento para disfrutar de ser abuelo. Yo diría que hasta que tenga cuatro o cinco años; luego empezarán las actividades múltiples de los niños de hoy y, a lo sumo, podré aspirar a ser su Uber. Pero las condiciones y la dinámica familiar actual permiten que casi todos los días comparta horas con ella, e incluso, al menos una, los dos solos. Cuando vamos a la placita.
Cada carcajada de Bianca, cada "Tata, te amo", tiene en mi vida el mismo impacto que una descarga eléctrica del desfibrilador: es el shock necesario para recordarme que mi corazón late para esto.
El juego del "Policía Bueno" y las proporciones invertidas
En la placita del barrio, mientras empujaba la hamaca de Bianca al grito de "¡más fuerte, Tata, más fuerte!", me encontré con la mirada preocupada de una madre joven. Su hijo iba y venía en cámara lenta en la otra hamaca, bajo el radar del miedo y la precaución. Allí lo entendí todo.
Ser padre es 80% obligación y 20% disfrute. Sos el que enseña, el que pone límites, el que lidia con el miedo y la duda constante. Sos el "policía malo" por necesidad.
Ser abuelo es la inversión de esa fórmula. Gracias a la experiencia de los años, las proporciones se dan vuelta. El abuelo no enseña, es cómplice. El abuelo no pone límites (salvo los dedos en el enchufe o cruzar la calle), el abuelo da todos los gustos. No es malcriar; es cumplir un rol biológico y sagrado. Los padres educan; nosotros premiamos la existencia.
El puente hacia la libertad
Mis hijos son hoy adultos, "iguales" a mí en muchos aspectos. Los quiero con la misma intensidad de siempre, pero la llegada de Bianca me ayudó a decodificar el mapa completo.
Esa definición "fría" que tanto molestó a algunos, hoy cobra un sentido cálido: al entender que mis hijos eran personas libres bajo mi cargo temporal, pude soltar amarras y caminar con ligereza hacia este presente.
Hoy, mi unidad de tiempo no son los meses ni los años. Mi unidad de tiempo es el vuelo de una hamaca en una plaza de barrio. Porque cuando elegís la intensidad —la elección de Aquiles, si me permiten la metáfora—, descubrís que la verdadera vida no es lo que te pasa mientras hacés planes, sino lo que sentís cuando una personita te abraza y te resetea el alma.
