El Gran Descubrimiento de la Jubilación: Mi Salida de Matrix
La jubilación suele relacionarse con el concepto de "tiempo de sobra", o no saber que hacer con él. Para mi fue una gran revelación mi nueva realidad. Lejos de solo tener que "darle de comer a las palomas", mi nuevo mundo nace a partir de un concepto revolucionario: por primera vez en mi vida soy amo y señor de mi tiempo. Sentí como si hubiera salid de Matrix.
Alejandro Borges
8/14/20253 min read
Hoy quiero compartirles uno de los mayores descubrimientos que me trajo la jubilación. Es una enseñanza que, incluso ahora, me tiene asombrado y me hace sentir como si, hasta el día que me jubilé, mi vida hubiera transcurrido en una trama digna de la famosa película Matrix.
Esta toma de conciencia, este "despertar", comenzó de la manera más mundana, una tarde cualquiera de la pasada primavera. Me había escapado a ver a mi sobrino nieto jugar al básquetbol. Las tribunas del club estaban medio vacías, con apenas algunos familiares y amigos dispersos, concentrados en el rectángulo de juego.
En un momento dado, dos señoras sentadas un par de filas delante de mí entablaron una conversación trivial. Una le preguntó a la otra la hora. "Las siete y cuarto", respondió la interrogada con total naturalidad.
Esa simple frase, ese "las siete y cuarto", fue un sacudón emocional. Una flecha que me dio de lleno en el corazón. Porque en ese instante, tomé conciencia de que durante más de tres décadas, mi vida había transcurrido prisionera de mi trabajo. Un trabajo que, paradójicamente, elegí, amé y me apasionaba, pero que sin darme cuenta me había atrapado en su propia "matriz".
A esa hora, a las siete y cuarto de la tarde, no había forma humana de que yo estuviera en otra situación que exprimiendo mi cerebro al máximo para responder a la avalancha de problemas logísticos que implica la salida en vivo de un noticiero. No estaría pensando en mi vida, sino en calcular cuánto tiempo faltaba para ir a la tanda, cómo mover los equipos de exteriores para las conexiones en vivo, o qué nota debía apurar en la edición para que llegara a tiempo para su salida al aire. Mi mente era un torbellino de urgencias.
La emoción que me invadió al escuchar esa hora tan específica, mientras el mundo exterior seguía funcionando con su propio ritmo, fue tan grande que los ojos se me llenaron de lágrimas. Estaba ahí, sentado en una tribuna vacía, y mi sobrino nieto, aunque ni siquiera estaba jugando en ese momento, me llenaba de alegría con solo verlo en el banco, listo para participar. Había salido de mi Matrix.
A partir de ese instante, dejé de regirme por la intolerancia del reloj. Desde entonces, hago lo que quiero, cuando quiero. Claro está, no doy lugar a la anarquía: si tengo que ir al médico un día y a una hora determinada, lo sigo haciendo. Almuerzo "más o menos al mediodía" y ceno de noche. Pero si me invaden las ganas de andar en bicicleta, simplemente me voy a andar en bicicleta, sin importar si son las ocho de la mañana, la una de la tarde o las seis de la tarde.
Si me despierto en la madrugada y una idea para un cuento me asalta, me levanto, subo al altillo (que se ha convertido en mi nuevo lugar en el mundo), y lo escribo. Si quiero leer un libro, leo hasta que el sueño me venza, sin el temor de no despertar a tiempo para cumplir con alguna obligación impuesta.
Mi rol principal hoy día es disfrutar de mi nieta. Ser abuelo es, sin duda, lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Y pido disculpas a mis hijos, quienes hasta hace un par de años me habían regalado la dicha de ser padre; solo ahora, al ser abuelo, comprendo la verdadera magnitud de esa alegría.
En este contexto de "autodeterminación", la salud sigue siendo mi prioridad innegociable: tomo todos los medicamentos en tiempo y forma (aunque con la laxitud que da dividir el día en mañana, tarde y noche, sin la rigidez de un horario exacto), y evito caminar o andar en bici cuando el índice UV marca un peligroso 11.
Lo que me permitió la jubilación fue abandonar un espejismo. Estuve convencido toda mi vida de que disponía de mi tiempo. Dentro de un marco organizado, sí, pero estaba convencido de que mi tiempo era mío. Hoy puedo decir con absoluta certeza que recién ahora soy dueño de mi tiempo. Y esto significa romper las cadenas con el reloj y, consecuentemente, con las obligaciones sociales, laborales y hasta culturales que sutilmente nos encadenan.
Son cosas de la vida. No pierdo el tiempo en lamentarme o juzgar el pasado. Sería como tratar de explicar con palabras qué se siente al ser padre, o, mejor aún, al ser abuelo. Lo que sí hago es mirar hacia adelante: me seduce, y mucho, la forma maravillosa en la que voy a invertir mi tiempo.