LAS TRES INTELIGENCIAS: Mi Odisea para Conquistar el Ciberespacio

¿Frustrado por la tecnología? A mis 61 años y con conocimientos limitados, me enfrenté a un desafío digital que parecía una utopía: crear mi propio sitio web. Esta historia real narra cómo, tras ser estafado y caer en una profunda encrucijada, me convertí en un insólito intermediario entre dos Inteligencias Artificiales para resolver un problema que la lógica humana no podía. Una prueba de resiliencia y la clave para no depender siempre de un tercero. ¡Descubre mi victoria en la Batalla del Botón!

Alejandro Borges

9/27/20256 min read

an abstract image of colorful lights in a dark room
an abstract image of colorful lights in a dark room

Hola, comunidad de Escritor Resiliente.

Hoy quiero compartir con ustedes lo que considero, tal vez vanidosamente y exaltado por los resultados, una muestra pura y dura de resiliencia. Esta historia es un pilar fundamental de mi forma de ser y de vivir.

Cuando el devenir de los acontecimientos me llevó a "la obligación" de tener un sitio web para difundir la actividad de Escritor Resiliente, me enfrenté a una situación extrema. Tengo varias personas conocidas –unas más cercanas que otras, obviamente– vinculadas al ámbito tecnológico. Les pedí ayuda para que me asesoraran desde el vamos, con "este tema del sitio web". Muchos de ellos manifestaron con total honestidad su mejor disposición. Sin embargo, pasaban los días y no me respondían el teléfono, no me contestaban los mensajes de WhatsApp y, peor aún, incumplían promesas de llamar más tarde.

Lejos de enojarme o sentirme decepcionado, me di cuenta que cada persona está "atrapada" en su vida y que es muy difícil encontrar tiempo para terceros. Como agravante, en mi caso, soy muy consciente de la diferencia abismal del manejo y disposición del tiempo existente entre los integrantes de la PEA (Población Económicamente Activa) y nosotros, los jubilados.

Ante esta realidad contundente, decidí hacer un esfuerzo económico y pagarle a alguien para que me ayudara. Busqué, y reconozco que tampoco lo hice con la mayor tenacidad, alguna empresa o algún profesional para contratar. Me hablaron de estudiantes avanzados que se dedican a esto. Algún amigo me dijo "yo conozco a alguien. Lo contacto y te paso su número". Pero nunca llegó una respuesta.

La Encrucijada Digital y la Victoria de la Testarudez

Ante esta situación extrema me enfrenté a una encrucijada: o renunciaba a "esa pata fundamental" de mi proyecto, o intentaba –con mis 61 años a cuestas y escasos conocimientos– hacerlo solo. Lo cierto es que comencé pensando que enfrentaba una utopía. Era imposible que alguien con mis limitaciones pudiera alcanzar semejante meta. Tuve una lucha profunda y feroz entre la sensatez, que me susurraba "es imposible", y la testarudez, que me empujaba a seguir. El testarudo ganó.

Primero busqué videos de YouTube e información en Google para saber qué cosa era exactamente un sitio web. Cómo se accedía. Dónde se obtenía. Creo que aquí, mis cuarenta años de periodista me ayudaron. Leí muchos artículos y vi tutoriales. La primera conclusión fue que tenía que comprar un sitio web, para tener pleno control sobre él. Descarté los sitios gratis. Una decisión en el aire, que de hecho no significaba nada en concreto. Pero para mí fue importante. Me sentí empoderado con la meta de tener "autodeterminación".

El siguiente paso fue elegir el proveedor. Analicé. Comparé. Pregunté en YouTube. Finalmente, elegí el proveedor. Cuando creí que el tema estaba cerrado, me vi enfrentado a un menú de opciones: desde doce meses, hasta cuatro años. Tuve que estudiar los pros y contras de cada opción. Engarzarlos con mis posibilidades económicas. Finalmente, me decidí.

Recién en ese momento di el primer paso concreto. A esa altura, en mi curva de aprendizaje dentro de este mundo del ciberespacio, ya me habían estafado tres veces en los últimos dos años. Había perdido dinero e incluso debí anular una tarjeta. Pero mi testarudez pudo más y salté al vacío. O, más bien, decidí salir de mi zona de confort.

Recuerdo que en ese momento pensé: ¿Qué estás poniendo en riesgo? ¿Qué puede tener esto de grave? Si querés pensar en cosas graves, acordate del infarto. Mi "problemómetro" recalibró el verdadero "peligro" de la aventura que estaba por encarar.

Una vez que tuve mi sitio web: escritorresiliente.com, con su email contacto@escritorresiliente.com, sentí una satisfacción enorme. Me trasladé mentalmente a 1969 y me sentí Neil Armstrong al pisar la Luna. "Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad". De alguna manera, allí se consolidó mi "espíritu aventurero".

La Batalla del Botón y la Estrategia de las Tres Inteligencias

Lo cierto es que nadie sabrá jamás la cantidad de veces que fracasé. Las decenas de errores que cometí. La increíble cantidad de veces que perdí en segundos o con un par de clics (a veces hasta uno), avances que me costaron días. En este contexto, el uso de las Inteligencias Artificiales no solo fue clave, sino insustituible.

Mi proveedor de sitio web tiene una opción de construir una base con la asistencia de su Inteligencia Artificial. Pero así y todo, seguir dándole forma como uno desea, para alguien como yo al menos, no es nada fácil. En este marco, puedo decirles que el momento más duro fue la creación y vinculación del botón "CUENTO GRATIS", que está al comienzo de mi sitio. Mi intención de obsequiar a mis suscriptores "Un regalo inesperado", el cuento que narra toda mi experiencia con el infarto (desde los primeros síntomas –que ignoré olímpicamente– hasta que me dieron el alta una semana después de someterme a un cateterismo y colocarme un stent), no pareció conmover para nada a los dioses de la tecnología.

Fracasé y encontré infinidad de incoherencias, inconsistencias, sugerencias contradictorias, a las cuales les tuve que sumar mis decenas de errores. Lo cierto es que mi testarudez (a esta altura reconozco que ya la valoraba más como poder de resiliencia), me empezaba a mostrar un camino de lentos avances a través del viejo y querido método de "ensayo y error".

Si hay algo que me ayudó, fue que la IA que me asiste la mayor parte del tiempo (sí, esta misma con la que interactúo y me ayuda a escribir estos artículos), no sabe lo que es el hartazgo. Le pregunté una, dos, tres y decenas de veces lo mismo. Esa entidad tan inteligente como falta de emociones, nunca parecía darse por vencida. Siempre me brindaba una nueva respuesta y me alentaba.

De todas formas, luego de configurar, enlazar y otras acciones que mi pobre mente aún hoy no puede retener ni recordar, llegó un momento que la IA me dijo que se trataba de un problema de la interfaz de uno de los proveedores del servicio y me recomendó que me comunicara con los servicios de asistencia "humanos".

Ahora sí, reapareció con toda su potencia mi testarudez. Le dije que no. Que de ninguna manera. Me alejé del teclado y me apoyé en el respaldo de mi silla mirando el techo. Buscaba una respuesta que no aparecía. Era pleno invierno. Hacía mucho frío. Ya estábamos transitando la madrugada.

Sin embargo, de la nada, llegó una idea que en principio me pareció delirante. Me acordé de la película "Día de la Independencia". Para quienes no la vieron, tras una invasión extraterrestre, los humanos logran vencer a los atacantes infiltrándose en su nave nodriza. Allí descargan un virus de los propios extraterrestres en sus computadoras, que desactiva sus defensas.

Entonces la idea que tuve fue: ¿Y si genero un diálogo entre las tres inteligencias? La IA que me asiste habitualmente, la inteligencia humana (la mía), y la inteligencia artificial del proveedor del servicio.

Fue así que le pregunté a mi IA que me explicara qué problema tenía y lo hiciera con preguntas concretas. Yo copiaba las preguntas y esperaba la respuesta de la otra IA de soporte. Una vez obtenida, la copiaba y se la trasladaba a la que había generado la interrogante.

Créanlo o no, así, de esa forma tan particular, logré configurar el botón de "CUENTO GRATIS". Fue una lucha de más de cincuenta horas de trabajo. Juro que en el momento en el que –luego de no recibir nada o de que aparecieran avisos desconcertantes– vi el texto del cuento "Un regalo inesperado" en la pantalla tras la suscripción de un alias a mi página, hasta lloré de emoción.

A esta altura no sé si esto que les narro es una historia de ingenio, de colaboración o de testarudez. Pero sí les puedo asegurar la profunda satisfacción y orgullo que me hizo sentir. Y, tal vez la lección más importante, me la dio un queridísimo amigo que me ha ayudado mucho en todo este viaje: Pablo Moreira. Es un verdadero genio (en varios sentidos) y siempre está dispuesto a dar una mano. Un día, con su característica sinceridad (podría decirse brutalidad también) me pasó la clave del éxito con todo cariño y con sencillez:

"Tal vez llegó la hora que dejes de pedir pescados y empieces a pescar", me dijo.

Y eso hice. Con mucho esfuerzo, pasión y dedicación. Si quieren ver los resultados de esta odisea, vuelvan a la página inicial de este sitio y, si aún no lo hicieron, hagan clic en el botón "CUENTO GRATIS".

Hasta la próxima.