Una Polémica Definición de "Hijos" que se ve Diferente con el Paso del Tiempo
HIJOS: Dícese de otras personas que por razones circunstanciales, durante un tiempo determinado, están bajo nuestro cargo y responsabilidad. Esta "poco ortodoxa" de definición sobre el significado de esa palabra, me ha llevado a más de una discusión, incluso en algunos casos, acalorada. Aquí trataré de explicar el espíritu de mis palabras.
Alejandro Borges
10/25/20254 min read
Hoy quiero compartirles una experiencia que viví hace pocos días, una de esas conversaciones que te dejan pensando y evidencian lo difíciles y peculiares que son las relaciones interpersonales.
Llamé a un querido ex compañero de trabajo, bastante más joven que yo (unos diez o quince años). Como suele pasar, empezamos hablando de generalidades, hasta que ineludiblemente, el tema viró hacia la familia y los hijos. Fue entonces cuando me soltó algo que me sacudió por completo.
"Ahora que tocamos el tema, justo ayer hablaba con mi señora y le decía: ¡qué razón tenía Alejandro con el tema de los hijos!"
Me contó que había constatado en su propia realidad el viejo y conocido dicho: "hijos chicos, problemas chicos; hijos grandes, problemas grandes". Pero lo que más lo tenía atrapado, me explicó, era mi particular definición sobre qué son los hijos. De hecho, me pidió que se la pasara por escrito por WhatsApp. Quería tenerla textual, porque estaba decidido a empezar a usarla, ahora que, con sus hijos creciendo, la entendía y la sentía totalmente cierta.
Una Aclaración Necesaria: Antes de compartir mi "polémica" definición, es fundamental recordar que toda acción que nace en este espacio, Escritor Resiliente, no tiene una finalidad aleccionadora ni busca sentar cátedra. Mi único propósito es compartir experiencias de vida, con la intención genuina de entretener y, si es posible –la frutilla de la torta–, invitar a la reflexión personal.
Hecha esta aclaración, aquí va mi poco ortodoxa (y a veces incomprendida) definición de hijos:
"Otras personas que, por razones circunstanciales, durante un tiempo acotado están a nuestro cargo."
Sé lo que pueden estar pensando, o al menos lo que muchos pensaron en el pasado. Esta manera de referirse a los hijos, en décadas pasadas –cuando los míos eran pequeños–, me llevó a protagonizar varias discusiones con otros padres. Algunos me acusaban de frío, otros de indiferente, incluso de distante y de establecer una suerte de barrera afectiva con mis propios hijos.
Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad. Mis tres hijos son, sin duda, de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida. Son mi motivo de orgullo y, cada uno a su manera, despierta en mí un profundo respeto y admiración.
El Verdadero Significado Detrás de la Definición
Lo que yo trataba de señalar con esa definición era la actitud de los padres. Muchas veces, y de manera inconsciente, proyectamos nuestras frustraciones, nuestros sueños truncados y nuestras expectativas no cumplidas sobre ellos. Los convertimos en una especie de "portadores de nuestra antorcha personal", queriendo que no cometan nuestros errores y que sí cumplan nuestros sueños.
Invariablemente, esta actitud de transformar la vida del hijo en una especie de continuidad virtuosa para alcanzar metas que fueron nuestras, termina en conflictos, distanciamiento e incomprensión profunda.
Lejos de alejarme de mis hijos, el repetirme tantas veces esa simple "definición" fue fundamental para construir con ellos una relación sólida, cristalina y, sobre todo, profundamente respetuosa.
Es cierto que muchas veces discrepo. Hay decisiones suyas que no entiendo ni comparto. Estoy seguro, desde mi punto de vista, de que en ocasiones van a tomar un camino equivocado. Pero, a no ser que me pidan explícitamente mi opinión, me callo la boca.
Desde mi perspectiva, cada persona es dueña de su vida y debe decidir, de acuerdo a su propio saber y entender, qué quiere hacer con ella. Si me preguntan qué me parece, entonces sí, con respeto y aclarando siempre que es solo mi punto de vista, les digo con total sinceridad que si siguen por ahí, se van a dar contra una pared. Pero también entiendo que, como seres humanos, a veces tenemos la necesidad de "incrustarnos" contra esa pared para aprender y entender de verdad. Es muy difícil extrapolar experiencias ajenas.
Mi amigo, con quien hablé del tema el otro día, era uno de los que en su momento me acusaba de "frío" o "distante". Ahora, con sus hijos ya convertidos en dos hombres y una mujer, terminó de entender a qué me refería con mi "polémica" definición. Nos despedimos y, acto seguido, le envié la que el cataloga como mi definición de "hijos" por WhatsApp.
No pude evitar pensar que lo esperaban discusiones tensas con otros padres más jóvenes con quienes, sin duda, iba a compartir este punto de vista. También tuve plena conciencia de que el hecho de que a mí la postura me haya dado resultado, no es garantía de nada. Como siempre digo, las experiencias humanas son muy difíciles de extrapolar, y todos, por fortuna, somos diferentes y únicos.
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Esta historia es un ejemplo de los desafíos que abordamos constantemente en la vida: la lucha contra el ego, el peso de las decisiones difíciles y la necesidad de reconstruir para avanzar.
Si esta reflexión sobre la condición humana y la búsqueda de la autenticidad resonó contigo, te invito a adentrarte en mi primer libro.
En él, profundizo a través de catorce historias reales (ficcionadas para proteger la identidad de los protagonistas), donde la resiliencia es la única respuesta para avanzar cuando toca enfrentar decisiones que ponen a prueba nuestra esencia.
